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Art Project 2012 - 2013

He culminado dos niveles del Programa de Formación en Artes del Museo de Arte Moderno La Tertulia, de Cali; son tres (cuatro en realidad, el primero dividido en dos) niveles de formación que incluyen un acercamiento a las artes visuales a través del estudio de la Historia del Arte, la asociación de la misma con las obras de la colección del Museo, el desarrollo de actividades prácticas aplicables al aula de clase - diseñadas para docentes-, la experimentación de técnicas artísticas y la investigación para la realización de un producto artístico personal.

El nivel 1A fue -y sigue siendo- dictado por estudiantes en práctica de la Pontificia Universidad Javeriana, de la Carrera de Artes Visuales; en él conté con el apoyo de hoy egresados de Artes, que adelantan sus carreras en creación, museografía y demás, entre quienes debo mencionar gratamente a Gabriel Lennis, asistente de conservación del Museo.

Los niveles 1B, 2 y 3 son dictados por Maestros en Artes Plásticas; en el 1B conté con el feliz -no hay otra manera de decirlo- encuentro con la artista Angélica Castro Piedrahita, quien supo entregarnos y contagiarnos al grupo de su amor por el arte y su siempre crítica reflexión sobre "el poder" detrás de lo que llamamos fenómeno artístico... De este nivel aprendí que el "arte" es sobre todo "amor por el arte".

En el 2do nivel el artista Anthony Echeverry también nos contagió de su saber, pero sobre todo de esas ansias por producir; su prolífica carrera y su ímpetu son apasionantes; con él aprendí que lanzarse al terreno de la producción no es tarea fácil, y en ello se sucumbe fácilmente al miedo, pero también que el ejercicio constante, riguroso, sumado a la investigación y a la experimentación siempre traerá buenos resultados.

Los talleres de Formación en Artes de La Tertulia son una experiencia formativa sin igual, ofrecida con el soporte de una institución que que cuenta con una de las colecciones más significativas de artes plásticas americanas en el mundo, en particular en soporte de papel, gracias  en parte a que entre 1971 y 1986 se organizaron allí cinco versiones de la Bienal Panamericana de Artes Gráficas. Un tesoro que aún mucha gente de la ciudad desconoce.

En los siguientes posts publicaré algunos de los trabajos de taller expuestos, con la confianza de que en ellos se deposita el germen de un proceso creativo que apenas comienza...
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Y así fue como amanecí con un deseo irrefrenable de apostatar

Y así fue como amanecí con un deseo irrefrenable de apostatar.  Era el jueves 20 de diciembre y como dato accesorio durante las semanas anteriores me había resistido a ir a cuanta novena de aguinaldos era programada en mi círculo, (debo decir que decir que fui excluido de algunas invitaciones, así que mi resistencia no es que hubiese sido muy fuerte). De algún modo, y al parecer de uno que ignoré fuera a ser leído beligerante, di a entender que no participaría de este rito; acaso decirle rito a este rito incomodó a algunos, quizá sintiendo que con ello los calificaba de secta.  Pero es un rito, y muy bello por cierto, lo cual no di a entender aquella vez.


En realidad apostatar era un propósito para el nuevo año; en el 2012 se había realizado una apostasía colectiva en Bogotá (¿o en Medellín?) con protesta en plaza pública incluida, y al parecer realizarían otra este año, con motivo de una –aún no confirmada- visita de Ratzinger a Colombia.


Pero amanecí con un deseo incontenible, inaguantable. Y aquella visita sería probablemente para junio de 2013. Aquello no daba espera. No es que hubiese experimentado alguna revelación repentina o tuviese alguna visión ateísta; simplemente era una urgencia que creo experimentamos aquellos que queremos alcanzar cierta congruencia con nuevos modos de pensar.


“¡Pero cuál es el afán!” me decía indignada mi abuela, para quien aquella idea todavía no le cabe en la cabeza; no había tal afán; sólo me había levantado de la mesa del desayuno y me disponía a revisar el directorio telefónico para buscar la dirección de la iglesia en la que fui bautizado y que no pisaba hace más de 27 años, mientras les preguntaba a ella y mi madre si recordaban cuál era la ruta más fácil para llegar. “¡¿Pero qué necesidad tiene?!”. Creo que esta pregunta la escuché demasiadas veces -y en muchas versiones – por parte de quienes hice partícipe de mis pretensiones: “¡¿Pero para qué?!”, “¡¿Eso qué le quita o qué le pone?!”, o mi favorita: “¡Vos estás muy desocupado, ¿cierto?!”.


Sí, quizá haya sido el desocupe, precisamente el desocupe que le permite a uno vivir, fuera de los horarios y espacios tras los cuales ocurre la vida.


Y así fue como me dirigí a la iglesia en cuestión a solicitar una copia de mi partida de bautismo; a decir de algunos apóstatas, tener ese dato con claridad agiliza bastante el trámite. Así descubrí que me bautizaron un 24 de febrero mientras transcurría el año de 1985. Y también que soy hijo “legítimo” de mis padres... Lo de legítimo sigue siendo ofensivo, e ignoro si las actuales partidas de bautismo continúan registrándolo así.
Nada de aspavientos ni de preguntas acerca de para qué necesitaba aquella partida.


Luego, un café internet para escribir el documento, a partir del modelo de carta de apostasía recomendado para Colombia; hay hasta páginas que procesan a modo de formulario toda la información, y ofrecen descarga e impresión inmediatas; quien quiera puede descargar el modelo aquí.


Una lectura concienzuda antes, para verificar que todo estuviera acorde con “la realidad y el deseo”, uno que otro concepto, palabra, y mayúsculas para corregir. Y desde luego para reflexionar; alguien ya me había dicho que lo meditara mejor, que esperara… ya que tendría “consecuencias eclesiásticas… entre ellas, la exclusión de los sacramentos, las dificultades para contraer matrimonio canónico y bautizar hijos menores y la privación de exequias eclesiásticas públicas, entre otros actos correspondientes a la creencia católica”… Sin contar con la no entrada al reino de los justos y la salvación eterna, etcétera.


Leído esto mi urgencia se hizo más grande. Y era un 20 de diciembre a las 4 de la tarde, a contrarreloj, rumbo a la Arquidiócesis que cerraba a las 5 en pleno centro de una Cali en ebullición por las compras a contrarreloj.


Muy comedidamente, en la portería de ese hermoso edificio que es la Arquidiócesis de Cali, me recibieron el documento, dirigido al llamado Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía, quien por cierto no es de nada mal ver por lo que he visto en Telepacífico. Pero a lo que íbamos, ningún rostro angelical me iba a hacer cambiar de parecer.


La carta, de asunto “Derecho de petición y comunicado formal de apostasía”  pasaba de mano en mano, de guardia en guardia, al parecer sin ellos saber muy bien qué hacer con ella, mientras me miraban tras una reja que nunca abrieron, hasta un “Yo se lo firmo, pero le darán respuesta en enero, ya todos están de vacaciones”. Y yo que creía que en navidad era cuando más trabajaban.


Una extraña satisfacción del deber cumplido se apoderó de mí. Me enfrenté a los ventarrones levantafaldas de la calle cuarta, me enfrenté a la visión omnipresente de ese callejón que dirige la mirada a la estatua de Cristo Rey,  y me observé como un cruzado que había partido para Jerusalén sabiendo que no regresaría

No pretendo que todos estén de acuerdo con la apostasía, pero me sorprende que muchos lean estas acciones como extravagantes o innecesarias; ¿acaso renegar de dios y de la IC en la intimidad no es suficiente?, se preguntan. Lo hice por las mismas razones por las que a los 12 años decidí que no haría la primera comunión: porque no me sentía representado, porque aquel rito de la hostia y de la confesión no significaba nada para mí.

Y sí, lo hice porque en el 2012 viví en carne propia lo que hacen las religiones por minar la voluntad de vivir de muchas gentes (denme más tiempo para un post sobre eso, por favor).


Creo firmemente que nada es gratuito, creo que seguimos atados nominal y/o simbólicamente a fuerzas de poder que en nada nos benefician, a las que creemos estériles porque suponemos lejos de nuestras vidas, porque las acogemos con miramientos cuando no nos satisface nuestro individualismo, o porque las acogemos con una ligereza desfachatada cuando nos conviene, por ornato o por tradición ciega. Eso de decir católico no practicante o bautizado católico pero no fanático, o católico, en el vacío, puede significar poco para algunos. Para mí no.


Fundamentalmente y por una cuestión meramente práctica me parece que las adhesiones a causas, sean sociales o políticas y a sus derivaciones institucionales, que conllevan registros – con firma y todo “para que valga”, como cuando le piden a uno una firma para la revocatoria de un mandato o la inclusión de una “séptima” papeleta o la inscripción para votar en una lista y puesto de votación vea que es que si quiere no vota es sólo la firma que es que necesito veinte- no se deben tomar a la ligera; en general creo que nada debe tomarse a la ligera, y ese es el quid de todo: La mayoría del 80% de los colombianos que se dicen católicos se toma “su religión” (una mezcla de dogmas y credos en los que no creen, una “religión” personal e íntima: un espejismo, acomodada para momentos de desgracia y frustración, una religión de bautizos y matrimonios y funerales, en fin una “espiritualidad light” que cuadra con todo) a la ligera. Y sí, seré ligero de cascos, y hasta ligero en ciertos gustos musicales, pero en temas de religión creo que no se puede serlo sin sentir cierta contradicción vital insostenible.


En la misma línea, asistimos al ejercicio de poder mediático de una iglesia que se abroga el derecho de hablar por una comunidad a la que dice representar en razón de los millares de registros de los libros de bautismo que reposan en cada parroquia de cada diócesis y arquidiócesis del territorio colombiano. Obviamente, responde, si tantas almas se han encomendado a su fe, tiene el derecho de hablar por ellas, sobre todo si dichas almas van a verse perjudicadas por las decisiones que se tomen en el Congreso de la República respecto a la eutanasia, al matrimonio igualitario, al aborto, entre otras, de las que se excluyen decisiones sobre la Reforma a la Justicia, la Reforma a la Educación Superior, la Reforma Tributaria y sobre las que al parecer a las almas que salvaguarda la IC les tiene sin cuidado.


Que apostatando y eliminando un nombre, el mío, del libro de bautismos y registros de la IC, no va a bajar sustancialmente el alto porcentaje de “católicos”, argumento de la IC para entrometerse en asuntos de Estado y por consiguiente eminentemente civiles, eso lo sé. Pero se siente como un fresquecito, como dicen por ahí.
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El Primer Tampa Bay Pride del Milenio, Ó De Cómo Nace Un Poema


"Como todos los grandes viajeros,
yo he visto más cosas de las que recuerdo,
y recuerdo más cosas de las que he visto."
Colette

Sólo un par de semanas atrás había arribado a la Florida, más exactamente a Miami. El aeropuerto de la ciudad del sol me había recibido como sólo puede recibir a sus hijos una ciudad gay: con unos preciosos vitrales (¿acrílicos?) cálidos y rosados, arquitectura kitsch de los pasillos, y con un hermoso y esbelto rubio ondeando su miembro en los orinales del baño público. Los primeros 30 minutos en Miami y su aeropuerto no pudieron ser mejores…
Era el verano del 2001, los cielos de la Florida resonaban con furia naranja y rosada, y América, esa América que sólo es América para sí misma, no conocía aún los tiempos del terror.

Mi destino final era Sarasota -un pueblo al que el novio de un amigo había calificado de “aburrido hogar de jubilados”, pero que en las guías turísticas prometía una variada y rica mezcla de arte y opciones de descanso. Siempre estaban Tampa, Orlando, o Saint Petersburg a un par de horas, si el tedio acechaba.
Pero los viajes, como dice Doménico Cieri, “son pequeñas vidas”, y a mis 23 años yo estaba dispuesto a tragármelas todas. Mi primera parada tras mi arribo a Sarasota, dato curioso de aquel amigo, debía ser la playa de Lido Beach, cerca a St. Armands  Circle, centro comercial y de entretenimiento de la bahía; Lido Beach, con sus mujeres por encima de los 50, blandas de carnes pero vivaces, y sus sexagenarios hombres en tangas, libres y felices.

“Cuando las playas blancas se acaben”, me recordaba mi amigo, “sigue caminando por entre el bosque y las furtivas malezas y rocas, y más allá, más allá, desnudas figuras irán apareciendo”… Mi primera vez en una playa nudista resultó ser bastante patética; pocos cuerpos aquí y allá, solitarios hombres tostados por el sol como cucarachas. De no haber conocido allí a Mike, del que no me despegué desde aquella tarde de junio, y quien había ido a esa playa como tantas otras veces solo y bajo el ardiente sol, otra hubiese sido mi historia.

Una tórrida semana con aquel hombre 42 años mayor que yo abrieron mi perspectiva y marcaron el derrotero de lo que sería aquel verano del 2001, una temporada para descubrir los más intensos placeres, y para abrir los ojos a lo desconocido y re-conocer lo conocido.

Una tarde en la costa del sol

“¿Por qué no vamos a la marcha del orgullo gay?”, me preguntó Mike, quince días después de conocernos, y luego de recibir folletos en los que se describía una semana llena de festividades en la bahía de Tampa: el Tampa Bay Pride, el evento del orgullo gay más grande de la Florida y el segundo más grande del sureste del país, y que remataba el 30 de junio con la gran marcha.

El viaje de una hora a Tampa nos condujo por la Autopista Interestatal 75 (I75); para quien ha visitado por primera vez la Florida no puede pasar desapercibida aquella luz blanca que emana del asfalto, característica que le da su mezcla con material marino; ese día la felicidad era blanca y no manchaba el papel, como dicen por ahí. Habría de mancharlo un día después, y en forma de poema.

Ya a nuestra llegada en horas de la mañana se podía sentir el hervidero de gente y turistas de toda la Florida reunidas en el Tampa Bay Performing Art Center, epicentro de las actividades, y en sus alrededores como la Ashley Drive y su progresista Biblioteca John F. Germany, hasta llegar a la fantástica y romántica Séptima Avenida, reducto cubano y latino.

Cada una de las asociaciones GLBT y de Equal Rights, representativas del área de la Bahía de Tampa, hacían presencia con sus conferencias, botones, publicaciones, y desde luego, con sus carrozas, las que esperaban dar el pitazo final a mitad de la tarde;  en los pasillos del Art Center los Condones Durex y sus nuevas presentaciones “Tuxedo” (negros) y fluorescente (verdes) eran la sensación de la muestra comercial. Y en los auditorios los shows no se hacían esperar: muy a lo Margaret Cho, las lesbianas eran las reinas del stand up comedy, mientras un presentador, una versión sureña de Ru Paul en drag, intentaba ganarles en gracia. Todo era color, todo era fiesta. Todo era sol.

Y como si de una estampida se tratara, el río de gente nos condujo imparablemente a Mike y a mí, en medio del barullo y el jolgorio, del centro de convenciones a la calle. Me aproximaba yo a mi primera marcha del orgullo gay.

Describir todo lo que siguió a continuación sería ahora, casi ocho años después, literalmente prosaico, mas no porque fuese irrelevante, sino porque aquella carga emocional y afectiva se me sobrevino en otro lenguaje, como una avalancha en la madrugada del día siguiente.

(Flashforward)
2 de la mañana: No puedo dormir. Chaquetas negras, collares, bombas multicolores, Priscilla la reina del desierto, Wonder Woman, Liza Minelli, triángulos y adolescentes rosados, gay, requetegay, ultragay, y el aluvión de pensamientos y palabras no cesa. He de escribirlos en un cuaderno. Mañana será otro día. Las palabras se revelarán solas. Sí, mañana será otro día…

( Gay Pride

Mira cómo vienen de felices los gays por la Avenida
Mira cómo cantan
Mira cómo saltan

Mira a la Mujer Maravilla dar vueltas rápida y caer divertida
Mira a Liza Minelli abrir sus grandes ojos y taconear hasta morir
Mira cómo ríen
Mira cómo juegan

Mira los grandes bigotes y las largas cadenas
Mira el cuero brillar esta tarde de junio
Las nalgas tersas de los hijos de Finland
Pelo, piel, cuero, metal, y el cemento de la calle

Mira las lesbianas en sus Harley Davidson,
Águilas calvas de altas cumbres,
Llevan chaquetas negras y mujeres rubias ondeando sus cabellos de sol
Mira el verano llegar

Mira los gays bronceados cubiertos por hilos dentales cantar It´s raining men
Mira la tormenta llegar
Mira el río crecer

Mira la nube de mariposas alzarse hacia el cielo y perderse
Mira los collares multicolores volar de una acera a otra
Mira el arco iris

Mira aquel hombrecito pálido en brazos de Hulk
Mira cómo se besan las lenguas con los ojos abiertos
Mira cómo brillan

Mira a Priscilla modelar con su traje escarlata
Ella sabe que es la reina
Sólo admírala

Mira al oso fuera de su cueva
(Todavía le hiere los ojos el sol)
Mira su pesado andar
Mira cómo le lame el sudor su cazador

Mira los turistas disparar con sus cámaras de zoológico
Mira sus ojos asombrados de ver lo que creen ver
Mira al mundo gritar

Mira a ese anciano tostado por el sol cargar una poodle blanca de cola rosada
Mira a esa mujer de rostro desnudo empujar un coche donde un bebé parece soñar
Mira al mundo girar

Mira a ese apacible hombre entre la multitud
Mírate a ti
Mira cómo caminas y levantas la mano porque me miras
Yo te sonrío y te miro
Nos miramos y el mundo nos mira

Entonces nos damos cuenta de que el orgullo es cierto
Que no es mentira
Que no es un triángulo rosado de un dólar

Me haces una seña con tus manos
De esas que dicen espérame al final cuando caiga el sol,
Porque tenemos que reírnos mucho, mucho de este día

Yo sonrío y asiento con la cabeza,
Mientras pienso que hace demasiado calor,
Me quito mi camiseta blanca y doy mi pecho al sol.  )

La marcha dejó en la avenida una estela de color y de basura feliz.
Después Mike y yo habríamos de dirigirnos a la que prometía ser la pool party más alegre de la jornada. Eran todavía las 5 y el sol no se iría hasta las 10 de la tarde en el Suncoast Resort, el resort gay más grande de la costa este, un complejo hotelero y turístico cerca a St Pete, ciudad en la que murió  Jack Kerouac, el beatnik más grande de todos.

Esa tarde memorable de una jornada memorable Mike y yo bailamos merengue; disfrutamos de la exhibición de  un pintor canadiense, Steve Walker, que retrata como pocos y con sencillez la cotidianidad de la vida gay; y jugamos como niños por horas con un balón de colores en la piscina junto a decenas de hombres gays: jóvenes, viejos, feos, bellos, que como nosotros, habían olvidado por un momento pertenecer a sus cuerpos, para ser como aquella anciana de “La Inmortalidad” de Kundera: “Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza. Era como si lanzara al aire un balón de colores para jugar con su amante… Una especie de esencia de su encanto, independiente del tiempo, quedó durante un segundo al descubierto con aquel gesto y me deslumbré…”.

Epílogo

Al final de aquel verano del 2001 Estados Unidos sufriría el primer atentado terrorista en tierra continental de su historia. Sarasota también pasaría a la Historia como el pequeño pueblo de la Florida en donde Bush permanecía impávido cuando caían las Torres Gemelas.

De norte a sur y de este a oeste la consigna de los “family values” invadió las mentes de los estadounidenses, y sirvió de excusa política para los partidarios del ala más conservadora del Congreso y del Gobierno.

De repente la fiesta se había acabado, incluso para la comunidad gay estadounidense, quien desde entonces ha visto retroceder logros alcanzados durante otros periodos presidenciales.

Para el 2003 ya se anunciaba la decadencia y caída del Tampa Bay Pride, luego de que fuera durante más de 20 años uno de los eventos más importantes a nivel nacional para la comunidad gay; problemas políticos, falta de liderazgo y nuevas preocupaciones del sector terminaron por deteriorarlo. Hasta los libros de temática LGBT fueron retirados de las estanterías de la John F. Germany por orden del condado de Tampa-Hillsborough en 2005.

Hoy Mike me escribió, contándome que también el Suncoast Resort cerró sus puertas hace dos años, en el 2007: “Conduje hasta allí ayer, y fue muy triste… No había NADA, excepto hierba y maleza… Recuerdo el bello día que pasamos nadando en aquella piscina…”

Jacko, Cali, 22 de abril de 2009

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Perpetrar un poema


Guiarse por la concupiscencia de un capricho

Arrodillarse en un orinal olor a carbón y orín

Dejarse tocar por don Aurelio, el de la panadería

Salir temprano de trabajar fingiendo enfermedad

Tomar vino en las fiestas y decir barbaridades

Ser, por quince minutos, Eduardo, un joven de 25 años cuya novia no se lo da

Cascársela frente a una porno straight, y esperar

Decirle a él, a ella, a todos, que no  más

Que la escritura es virgen
Pero la palabra mentirosa puta terca

Bajar videos de enanos, caballos, perros y orangutanes

Entregarse a la simulación

Fungir de obispo, puta, amigo, sacristán, novio, hijo, padre y empleado público

Olvidar

Perpetrar un poema

He aquí los delitos del proscrito

Jacko

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Al amigo que se quiere morir de amor (Léase en tono de sainete)


a F.

Ven y canta hermano que el amor es para morirse de él
Ven y canta que una vez evocado sólo queda entregar la piel
Ven y canta bajo la luna, para después
Darte cuenta que siempre hay un revés

Aquiles por amor su talón cedió,
De agua hasta el gaznate Ofelia sucumbió
Romeo, una poción mortal bebió
Y tú, ¿qué harás por quien te rumbió?

Las corbatas de hilo es mejor no dañar
Los cuchillos de cocina hace falta afilar
Las pastillas ya están por expirar
Y tu pata, con ganas de estirar

Haz como yo que ya morí de amor
Sólo que otro amor resucitarme supo
Hasta que de nuevo me dejó un dolor
Que, lo juro, a cacho me supo

Mas continué, sin dejar de amar
Una vez y otra vez, sin descansar
Amigo mío, aprende a escuchar:
Lázaro del corazón me hice llamar

Jacko

 
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