El Primer Tampa Bay Pride del Milenio, Ó De Cómo Nace Un Poema


"Como todos los grandes viajeros,
yo he visto más cosas de las que recuerdo,
y recuerdo más cosas de las que he visto."
Colette

Sólo un par de semanas atrás había arribado a la Florida, más exactamente a Miami. El aeropuerto de la ciudad del sol me había recibido como sólo puede recibir a sus hijos una ciudad gay: con unos preciosos vitrales (¿acrílicos?) cálidos y rosados, arquitectura kitsch de los pasillos, y con un hermoso y esbelto rubio ondeando su miembro en los orinales del baño público. Los primeros 30 minutos en Miami y su aeropuerto no pudieron ser mejores…
Era el verano del 2001, los cielos de la Florida resonaban con furia naranja y rosada, y América, esa América que sólo es América para sí misma, no conocía aún los tiempos del terror.

Mi destino final era Sarasota -un pueblo al que el novio de un amigo había calificado de “aburrido hogar de jubilados”, pero que en las guías turísticas prometía una variada y rica mezcla de arte y opciones de descanso. Siempre estaban Tampa, Orlando, o Saint Petersburg a un par de horas, si el tedio acechaba.
Pero los viajes, como dice Doménico Cieri, “son pequeñas vidas”, y a mis 23 años yo estaba dispuesto a tragármelas todas. Mi primera parada tras mi arribo a Sarasota, dato curioso de aquel amigo, debía ser la playa de Lido Beach, cerca a St. Armands  Circle, centro comercial y de entretenimiento de la bahía; Lido Beach, con sus mujeres por encima de los 50, blandas de carnes pero vivaces, y sus sexagenarios hombres en tangas, libres y felices.

“Cuando las playas blancas se acaben”, me recordaba mi amigo, “sigue caminando por entre el bosque y las furtivas malezas y rocas, y más allá, más allá, desnudas figuras irán apareciendo”… Mi primera vez en una playa nudista resultó ser bastante patética; pocos cuerpos aquí y allá, solitarios hombres tostados por el sol como cucarachas. De no haber conocido allí a Mike, del que no me despegué desde aquella tarde de junio, y quien había ido a esa playa como tantas otras veces solo y bajo el ardiente sol, otra hubiese sido mi historia.

Una tórrida semana con aquel hombre 42 años mayor que yo abrieron mi perspectiva y marcaron el derrotero de lo que sería aquel verano del 2001, una temporada para descubrir los más intensos placeres, y para abrir los ojos a lo desconocido y re-conocer lo conocido.

Una tarde en la costa del sol

“¿Por qué no vamos a la marcha del orgullo gay?”, me preguntó Mike, quince días después de conocernos, y luego de recibir folletos en los que se describía una semana llena de festividades en la bahía de Tampa: el Tampa Bay Pride, el evento del orgullo gay más grande de la Florida y el segundo más grande del sureste del país, y que remataba el 30 de junio con la gran marcha.

El viaje de una hora a Tampa nos condujo por la Autopista Interestatal 75 (I75); para quien ha visitado por primera vez la Florida no puede pasar desapercibida aquella luz blanca que emana del asfalto, característica que le da su mezcla con material marino; ese día la felicidad era blanca y no manchaba el papel, como dicen por ahí. Habría de mancharlo un día después, y en forma de poema.

Ya a nuestra llegada en horas de la mañana se podía sentir el hervidero de gente y turistas de toda la Florida reunidas en el Tampa Bay Performing Art Center, epicentro de las actividades, y en sus alrededores como la Ashley Drive y su progresista Biblioteca John F. Germany, hasta llegar a la fantástica y romántica Séptima Avenida, reducto cubano y latino.

Cada una de las asociaciones GLBT y de Equal Rights, representativas del área de la Bahía de Tampa, hacían presencia con sus conferencias, botones, publicaciones, y desde luego, con sus carrozas, las que esperaban dar el pitazo final a mitad de la tarde;  en los pasillos del Art Center los Condones Durex y sus nuevas presentaciones “Tuxedo” (negros) y fluorescente (verdes) eran la sensación de la muestra comercial. Y en los auditorios los shows no se hacían esperar: muy a lo Margaret Cho, las lesbianas eran las reinas del stand up comedy, mientras un presentador, una versión sureña de Ru Paul en drag, intentaba ganarles en gracia. Todo era color, todo era fiesta. Todo era sol.

Y como si de una estampida se tratara, el río de gente nos condujo imparablemente a Mike y a mí, en medio del barullo y el jolgorio, del centro de convenciones a la calle. Me aproximaba yo a mi primera marcha del orgullo gay.

Describir todo lo que siguió a continuación sería ahora, casi ocho años después, literalmente prosaico, mas no porque fuese irrelevante, sino porque aquella carga emocional y afectiva se me sobrevino en otro lenguaje, como una avalancha en la madrugada del día siguiente.

(Flashforward)
2 de la mañana: No puedo dormir. Chaquetas negras, collares, bombas multicolores, Priscilla la reina del desierto, Wonder Woman, Liza Minelli, triángulos y adolescentes rosados, gay, requetegay, ultragay, y el aluvión de pensamientos y palabras no cesa. He de escribirlos en un cuaderno. Mañana será otro día. Las palabras se revelarán solas. Sí, mañana será otro día…

( Gay Pride

Mira cómo vienen de felices los gays por la Avenida
Mira cómo cantan
Mira cómo saltan

Mira a la Mujer Maravilla dar vueltas rápida y caer divertida
Mira a Liza Minelli abrir sus grandes ojos y taconear hasta morir
Mira cómo ríen
Mira cómo juegan

Mira los grandes bigotes y las largas cadenas
Mira el cuero brillar esta tarde de junio
Las nalgas tersas de los hijos de Finland
Pelo, piel, cuero, metal, y el cemento de la calle

Mira las lesbianas en sus Harley Davidson,
Águilas calvas de altas cumbres,
Llevan chaquetas negras y mujeres rubias ondeando sus cabellos de sol
Mira el verano llegar

Mira los gays bronceados cubiertos por hilos dentales cantar It´s raining men
Mira la tormenta llegar
Mira el río crecer

Mira la nube de mariposas alzarse hacia el cielo y perderse
Mira los collares multicolores volar de una acera a otra
Mira el arco iris

Mira aquel hombrecito pálido en brazos de Hulk
Mira cómo se besan las lenguas con los ojos abiertos
Mira cómo brillan

Mira a Priscilla modelar con su traje escarlata
Ella sabe que es la reina
Sólo admírala

Mira al oso fuera de su cueva
(Todavía le hiere los ojos el sol)
Mira su pesado andar
Mira cómo le lame el sudor su cazador

Mira los turistas disparar con sus cámaras de zoológico
Mira sus ojos asombrados de ver lo que creen ver
Mira al mundo gritar

Mira a ese anciano tostado por el sol cargar una poodle blanca de cola rosada
Mira a esa mujer de rostro desnudo empujar un coche donde un bebé parece soñar
Mira al mundo girar

Mira a ese apacible hombre entre la multitud
Mírate a ti
Mira cómo caminas y levantas la mano porque me miras
Yo te sonrío y te miro
Nos miramos y el mundo nos mira

Entonces nos damos cuenta de que el orgullo es cierto
Que no es mentira
Que no es un triángulo rosado de un dólar

Me haces una seña con tus manos
De esas que dicen espérame al final cuando caiga el sol,
Porque tenemos que reírnos mucho, mucho de este día

Yo sonrío y asiento con la cabeza,
Mientras pienso que hace demasiado calor,
Me quito mi camiseta blanca y doy mi pecho al sol.  )

La marcha dejó en la avenida una estela de color y de basura feliz.
Después Mike y yo habríamos de dirigirnos a la que prometía ser la pool party más alegre de la jornada. Eran todavía las 5 y el sol no se iría hasta las 10 de la tarde en el Suncoast Resort, el resort gay más grande de la costa este, un complejo hotelero y turístico cerca a St Pete, ciudad en la que murió  Jack Kerouac, el beatnik más grande de todos.

Esa tarde memorable de una jornada memorable Mike y yo bailamos merengue; disfrutamos de la exhibición de  un pintor canadiense, Steve Walker, que retrata como pocos y con sencillez la cotidianidad de la vida gay; y jugamos como niños por horas con un balón de colores en la piscina junto a decenas de hombres gays: jóvenes, viejos, feos, bellos, que como nosotros, habían olvidado por un momento pertenecer a sus cuerpos, para ser como aquella anciana de “La Inmortalidad” de Kundera: “Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza. Era como si lanzara al aire un balón de colores para jugar con su amante… Una especie de esencia de su encanto, independiente del tiempo, quedó durante un segundo al descubierto con aquel gesto y me deslumbré…”.

Epílogo

Al final de aquel verano del 2001 Estados Unidos sufriría el primer atentado terrorista en tierra continental de su historia. Sarasota también pasaría a la Historia como el pequeño pueblo de la Florida en donde Bush permanecía impávido cuando caían las Torres Gemelas.

De norte a sur y de este a oeste la consigna de los “family values” invadió las mentes de los estadounidenses, y sirvió de excusa política para los partidarios del ala más conservadora del Congreso y del Gobierno.

De repente la fiesta se había acabado, incluso para la comunidad gay estadounidense, quien desde entonces ha visto retroceder logros alcanzados durante otros periodos presidenciales.

Para el 2003 ya se anunciaba la decadencia y caída del Tampa Bay Pride, luego de que fuera durante más de 20 años uno de los eventos más importantes a nivel nacional para la comunidad gay; problemas políticos, falta de liderazgo y nuevas preocupaciones del sector terminaron por deteriorarlo. Hasta los libros de temática LGBT fueron retirados de las estanterías de la John F. Germany por orden del condado de Tampa-Hillsborough en 2005.

Hoy Mike me escribió, contándome que también el Suncoast Resort cerró sus puertas hace dos años, en el 2007: “Conduje hasta allí ayer, y fue muy triste… No había NADA, excepto hierba y maleza… Recuerdo el bello día que pasamos nadando en aquella piscina…”

Jacko, Cali, 22 de abril de 2009

1 comentarios:

Unknown dijo...

Buenísmo, Jacko. Yo hace mucho ando con ganas de convertirme también en apóstata. No debería posponer más las acciones. Tenés razón: que mi nombre no figure en las estadísticas que la iglesia usa para justificar sus entromisiones.

 
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